La política en muchos casos se convierte en un estercolero de miserias y vergüenzas que en ningún caso merecen los ciudadanos de sus presumibles representantes en las cortes.
Decía el filósofo clásico Platón en su República que merecen gobernar los que saben, los sabios, los versados en ciencia política. Con leyes o sin leyes, rico o pobre, uno o varios, nada de eso importa. Sino el buen gobierno de los ciudadanos más capaces y virtuosos.
A menudo se tilda su tratado de utopía, pero al menos sirve de buena guía para aquellos que quieran dedicarse a la política. Es un desiderátum para aproximarse a la realidad.
En ciertos momentos se puede apreciar con nostalgia sobre aquellos referentes de la historia contemporánea que entendieron en buena medida para lo que sirve la política, actuando con diligencia en contextos difíciles y sin eximir responsabilidades: Winston Churchill, John F. Kennedy, Salvador Allende o más recientemente Angela Merkel, Barack Obama o José Mujica.
Pero hoy cuando los efectos por la pandemia han desolado a la humanidad por más de dos años; hay otros que confundieron la política con el esperpento usándola como vil trampolín para sus intereses particulares para desgracia de la ciudadanía.
La otrora política de los hechos y las realidades ha dado paso a una hornada de frívolos “políticos” dedicados al gesto, el postureo, a sus absurdas estrategias de Juego de Tronos, afanados en el insulto y a convertir las instituciones de todos en el patio del colegio.
Con semejante panorama no es de extrañar que la política siga siendo una de las principales preocupaciones de la gente cuando sus representantes en muchos casos están lejos de estará a la altura de lo mínimamente deseable.
Pero este hastío no solo hace que desconectar más a las personas de la política, sino que en última instancia perjudica a las democracias dando alas a los populismos y a una corriente anarquista.
“Política para adultos” titulaba recientemente su libro el ex presidente de España, Mariano Rajoy, que irónicamente dejó su testimonio en la moción de censura en forma de bolso. Ahí la diferencia de las palabras a los hechos. Pero aún sus sucesores de partido con el seguidismo de las corruptelas y burdos y mafiosos tejemanejes parecen incluso dejarle en mejor lugar.
Pero también en la izquierda hemos visto más recientemente el caso de Portugal con la mayoría absoluta del partido socialista; y así como en la última legislatura el primer ministro de Portugal, António Costa, fue dejado en la estacada para la aprobación de los presupuestos por sus socios de la izquierda – precisamente en un contexto en que las prioridades eran otras -.
Dice el historiador Philipp Blom en su último libro ‘Lo que está en juego’ que es necesario y urgente un cambio de rumbo. El mundo surgido de la Ilustración –libertad, justicia, democracia– está en peligro y hay muchos frentes abiertos: la sociedad de consumo genera una creciente desigualdad, las clases medias tienden a diluirse, los robots y la inteligencia artificial hacen prescindibles muchos puestos de trabajo.
Ya hace tiempo el considerado como uno de los grandes historiadores contemporáneos, Eric Hobsbawm, advirtió de los riesgos de la izquierda en perder su rumbo. Por eso apelaba a construir una nueva política para una izquierda racional.
Esto implica reconocer la nueva situación en la que nos encontramos, aún inmersos en una pandemia y con múltiples factores como los procesos de transformación en la Cuarta y Quinta revolución industrial.
Analizar la situación de manera realista y concreta, analizar las razones históricas y de otro tipo de las políticas que han fracasado pero también de las exitosas, y proponer con realismo lo que hoy se puede y es urgente hacer.
Hay una nueva izquierda en Latinoamérica que parece seguir esta senda y se desmarca de anteriores intentos nefastos como el madurismo. Junto al reciente triunfo de Gabriel Boric en Chile, que da continuidad a la ola progresista de Perú y Bolivia, y que puede sumar este año Colombia y Brasil. Apuestan por la recomposición del contrato social y la contribución a la transición democrática.
También esta nueva izquierda está articulando un nuevo discurso, más abierto e inclusivo, que por fin huye del narcisismo ideológico y sectarismo. Menos agresivo y tentador, pero más consistente, pausado y realista.
Necesitamos dirigentes que estén mínimamente a la altura de las circunstancias. No solo debe acompañar el fondo; recuperar la honradez, la humildad, la capacidad profesional; sino en la forma también aprender a escuchar las demandas de la ciudadanía, mostrar real empatía por los problemas de la gente y trabajar a pie de calle.
JORGE DOBNER
Editor
En Positivo
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